Uno de los
momentos más impactantes del proceso de transformación de la izquierda
abertzale fue la presentación de los estatutos de Sortu. Sabíamos que, tras un
debate interno, habían apostado por las vías exclusivamente políticas. El
documento Zutik Euskal Herria lo
exponía claramente. Pero escuchar a Rufi Etxeberria declarar explícitamente que
el nuevo partido rechazaba tajantemente
la utilización de la violencia con fines políticos, incluida la de ETA,
certificó que la metamorfosis era real. A partir de ese momento, era evidente
que la estrategia de la ilegalización tenia fecha de caducidad.
Debía haber
llegado mucho antes, pero ha llegado ahora. Sortu es, por fin, legal. Contarán
con sedes y oficinas, tendrán afiliados, abrirán cuentas corrientes, sus
propios militantes podrán ser candidatos, realizarán asambleas y congresos, y
elegirán una dirección con un secretario o una secretaria general al frente.
No todo está
en orden. El candidato natural a secretario general de Sortu sigue,
incompresiblemente, sin poder participar directamente en este proceso de
profunda transformación, no solo de la izquierda abertzale, sino del escenario
político vasco en su conjunto. Su puesta en libertad, y la de sus compañeros, está
también en manos del tribunal constitucional.