El proceso de Burgos fue un hito que removió
conciencias y que llevó a muchísimos vascos a la militancia antifranquista. El
fortalecimiento de ETA, que en aquella época era otra cosa, fue una de las
consecuencias de aquel juicio.
No voy a comparar el caso Bateragune con el
proceso de Burgos. Pero la acumulación de autos, sentencias y demás
resoluciones de los tribunales españoles está dejando huella. Desde que la
Audiencia Nacional decretó el cierre de Egin
a finales de los 90 hasta que el Tribunal Supremo ha confirmado la condena de
Arnaldo Otegi y sus compañeros de Bateragune, los tribunales españoles han
condicionado totalmente la vida política vasca mediante decisiones que provocan
el rechazo de la gran mayoría de la población.
La sentencia del caso Bateragune es solo la
punta del iceberg. Pero al ser tan evidente la injusticia de condenar precisamente
a quienes impulsaron el debate que ha llevado a ETA a tener que dejar las
armas, la evidencia del absurdo, y su efecto sobre la sociedad, es aún mayor.
Algún día, cuando algún estudiante de
Ciencias Políticas se anime a realizar una tesis doctoral sobre las razones del
incremento del sentimiento independentista vasco en las primeras décadas del
siglo XXI, me temo que uno de los factores a estudiar con detenimiento será la
actuación de los tribunales españoles en estos últimos quince años.
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