jueves, 29 de septiembre de 2011

Inocentemente optimista

Intuyo que este final de septiembre merecerá su espacio en las cronologías que algún día los historiadores harán sobre el final de la violencia política en nuestro país.

La semana pasada concluyó con la feliz noticia de la adhesión del colectivo de presos vascos a la Declaración de Gernika. Es decir, militantes de ETA ahora presos han pedido publicamente a su organización que la tregua hoy en vigor sea un paso hacia el definitivo abandono de su actividad armada, que es lo que dice literalmente la Declaración de Gernika. Es obvio que es un paso importante hacia el fin de la violencia de ETA, pero no era tan obvio que el presidente del gobierno español fuese a reconocerlo. Añadamos, pues, que el reconocimiento de Zapatero es también un paso significativo. Como lo es, sin duda, el anuncio de que una comisión de acreditados expertos ha iniciado ya labores de verificación del alto el fuego.

El perfil y el curriculum de sus integrantes hacen pensar que van en serio.
El discurso de Patxi Lopez ha rematado la semana, al proponer el progresivo acercamiento de los presos. Le podemos poner muchísimos peros a su discurso, pero cuando incluso la izquierda abertzale reconoce que, aunque insuficiente, es un paso en la buena dirección, es que el proceso puede haber empezado a no ser tan unilateral.

Todos tenemos derecho a ser inocentemente optimistas, aunque sea una vez al año. Esta semana, lo soy.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Los zapatos de Troy Davis

Me pregunto que nos contaría Saizarbitoria si escribiera una novela sobre las últimas horas de Troy Davis, ejecutado anteayer aquí en los Estados Unidos. Recuerdo de su obra Hamaika Pauso (Los Pasos Incontables) que la mayor obsesión del protagonista, a punto de ser fusilado, eran sus zapatos nuevos, porque le apretaban. Le preocupaba que le dolieran los pies al caminar hacia el paredón.

Troy Davis ha tenido tiempo de sobra para acostumbrarse a sus zapatos de condenado: dos décadas en el corredor de la muerte, temiendo cada día el momento de su ejecución. El Estado de Georgia ha necesitado quince minutos para quitarle la vida, el tiempo que tardó su corazón en pararse desde que le dieron la primera inyección. Instantes antes, volvió a proclamar su inocencia ante los familiares del policía a quien supuestamente mató hace 22 años.

Efectivamente, hay dudas razonables sobre su culpabilidad. Sin embargo, no hay ninguna duda sobre la culpabilidad del Estado de Georgia, que ha quitado la vida a uno de sus ciudadanos, y de la responsabilidad de los Estados Unidos, cuya legislación permite el homicidio legal. Pero hay esperanza. El proceso que culmina en una ejecución cuesta al contribuyente norteamericano bastante más que mantener a un preso toda su vida en prisión. Una asociación ha elaborado ya un informe titulado Reconsiderando la pena de muerte en tiempos de crisis. Son tiempos de crisis, y también de cinismo.