viernes, 23 de septiembre de 2011

Los zapatos de Troy Davis

Me pregunto que nos contaría Saizarbitoria si escribiera una novela sobre las últimas horas de Troy Davis, ejecutado anteayer aquí en los Estados Unidos. Recuerdo de su obra Hamaika Pauso (Los Pasos Incontables) que la mayor obsesión del protagonista, a punto de ser fusilado, eran sus zapatos nuevos, porque le apretaban. Le preocupaba que le dolieran los pies al caminar hacia el paredón.

Troy Davis ha tenido tiempo de sobra para acostumbrarse a sus zapatos de condenado: dos décadas en el corredor de la muerte, temiendo cada día el momento de su ejecución. El Estado de Georgia ha necesitado quince minutos para quitarle la vida, el tiempo que tardó su corazón en pararse desde que le dieron la primera inyección. Instantes antes, volvió a proclamar su inocencia ante los familiares del policía a quien supuestamente mató hace 22 años.

Efectivamente, hay dudas razonables sobre su culpabilidad. Sin embargo, no hay ninguna duda sobre la culpabilidad del Estado de Georgia, que ha quitado la vida a uno de sus ciudadanos, y de la responsabilidad de los Estados Unidos, cuya legislación permite el homicidio legal. Pero hay esperanza. El proceso que culmina en una ejecución cuesta al contribuyente norteamericano bastante más que mantener a un preso toda su vida en prisión. Una asociación ha elaborado ya un informe titulado Reconsiderando la pena de muerte en tiempos de crisis. Son tiempos de crisis, y también de cinismo.

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