jueves, 29 de diciembre de 2011

Un brindis

Una compañera de la Universidad de Reno, de origen ucraniano, hace poco me contó con orgullo que había sido marine en el ejército de los Estados Unidos. Era, me explicó, el único modo de costearse la carrera universitaria. Se sorprendió de que yo no hubiese sido nunca soldado y, sobre todo, de que estuviese orgulloso por ello. Estoy en un país en el que muy pocos cuestionan el militarismo. El servicio militar no es obligatorio, pero muchos optan por alistarse. Las cifras impresionan: en un país de trescientos millones de habitantes, más de un millón y medio ha participado o en la guerra de Irak o en la de Afganistán. Es decir, uno de cada doscientos habitantes.

Prefiero nuestras estadísticas. Olentzero, Papá Noel y los Reyes Magos brindaron ayer, en frente del Gobierno Militar de Bilbao, por el décimo aniversario de la abolición del servicio militar obligatorio. Una abolición que no fue, precisamente, un regalo de Reyes, sino la consecuencia de la lucha de un movimiento de desobediencia que sufrió mucha incomprensión en sus inicios, y mucha represión y cárcel en su apogeo. Por cierto, incluso después de la abolición de la mili, insumisos y desertores seguían cumpliendo penas de cárcel, y más de 4.000 procesados seguían a la espera de juicio. Era una situación insostenible que se corrigió en pocos años con la reforma de varias leyes y con la amnistía a todos los procesados. Una buena referencia. Me sumo al brindis.

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